sábado, 11 de agosto de 2012

Philip Larkin

XXV
Amanece otra vez
en las calles
Y de nuevo somos dos desconocidos;
De volver a encontrarnos
¿Cómo podré decirte que
la última noche viniste,
de sorpresa, como en un sueño?
Y cómo olvidar
que gastamos el amor de buena gana,
hablando sin parar
como los amigos, como sólo  llegarán a serlo
quienes hayan dejado morir la pasión en sus
                                           corazones.
Ahora, mientras contemplo el crepúsculo
me pregunto cómo pudo el amor
venir a ponerse en sueños, si las veces que
                                   nos vimos
puedo contarlas con los dedos de una mano.


jueves, 5 de julio de 2012

Samuel Beckett

soy un discurrir de arena que resbala
entre la duna y los guijarros
la lluvia del verano llueve sobre mi vida
sobre mí vida mía que me persigue y huye
y tendrá fin el día del comienzo

caro instante te veo
en el retroceder de este telón de bruma
donde ya no deberé pisar en estos largos umbrales movedizos
y viviré lo mismo que una puerta
que se abre y se vuelve a cerrar

lunes, 2 de julio de 2012

Si acaso Wislawa Szymborska

Podía ocurrir
Tenía que ocurrir
Ocurrió antes. Después.
Más cerca. Más lejos.
Ocurrió; no a ti.

Te salvaste porque fuiste el primero
Te salvaste porque fuiste el último
Porque estabas solo. Porque la gente.
Porque a la izquierda. Porque a la derecha.
Porque llovía. Porque hacía sombra.
Porque hacía sol.

Por fortuna había allí un bosque.
Por fortuna no había árboles.
Por fortuna una vía, un gancho, una viga, un freno, un marco, una curva, un milímetro, un segundo.
Por fortuna una cuchilla nadaba en el agua.

Debido a que, ya que, y en cambio, a pesar de.
Qué hubiera ocurrido si la mano, el pie,
a un paso, por un pelo,
por casualidad.

¿Ah, estás? ¿Directamente de un momento todavía entreabierto?
¿La red tenía un sólo punto, y tú a través de ese punto?
No dejo de asombrarme, de quedarme sin habla.
Escucha
cuán rápido me late tu corazón.

viernes, 3 de febrero de 2012

Yo misma me sorprendo de mí misma, de lo poco que quedó de mí

Discurso en el depósito de objetos perdidos

Wislawa Szymborska

Perdí algunas diosas en el camino de sur a norte,
y también muchos dioses en el camino de este a oeste.
Se me apagaron para siempre un par de estrellas, ábrete cielo.
Se me hundió en el mar una isla, otra.
Ni siquiera sé exactamente dónde dejé las garras,
quién trae mi piel, quién vive en mi concha.
Mis hermanos murieron cuando me arrastré a la orilla
y sólo algún huesito celebra en mí ese aniversario.
Salté de mi pellejo, perdí vértebras y piernas,
me alejé de mis sentidos muchísimas veces.
Desde hace mucho cerré mi tercer ojo ante todo esto,
me despedí de todo con la aleta, me encogí de ramas.
Se esfumó, se perdió, se dispersó a los cuatro vientos.
Yo misma me sorprendo de mí misma, de lo poco que quedó
de mí :
un individuo aislado, del género humano por ahora,
que sólo perdió su paraguas ayer en el tranvía.

martes, 31 de enero de 2012

En el océano de tu cabellera

Un hemisferio en una cabellera
Charles Baudelaire



Déjame respirar mucho tiempo, mucho tiempo, el olor de tus cabellos; sumergir en ellos el rostro, como hombre sediento en agua de manantial, y agitarlos con mi mano, como pañuelo odorífero, para sacudir recuerdos al aire.

¡Si pudieras saber todo lo que veo! ¡Todo lo que siento! ¡Todo lo que oigo en tus cabellos! Mi alma viaja en el perfume como el alma de los demás hombres en la música.

Tus cabellos contienen todo un ensueño, lleno de velámenes y de mástiles; contienen vastos mares, cuyos monzones me llevan a climas de encanto, en que el espacio es más azul y más profundo, en que la atmósfera está perfumada por los frutos, por las hojas y por la piel humana.

En el océano de tu cabellera entreveo un puerto en que pululan cantares melancólicos, hombres vigorosos de toda nación y navíos de toda forma, que recortan sus arquitecturas finas y complicadas en un cielo inmenso en que se repantiga al eterno calor.

En las caricias de tu cabellera vuelvo a encontrar las languideces de las largas horas pasadas en un diván, en la cámara de un hermoso navío, mecidas por el balanceo imperceptible del puerto, entre macetas y jarros refrescantes.

En el ardiente hogar de tu cabellera respiro el olor del tabaco mezclado con opio y azúcar; en la noche de tu cabellera veo resplandecer lo infinito del azul tropical; en las orillas vellosas de tu cabellera me emborracho con los olores combinados del algodón, del almizcle y del aceite de coco.

Déjame morder mucho tiempo tus trenzas, pesadas y negras. Cuando mordisqueo tus cabellos elásticos y rebeldes, me parece que como recuerdos.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Tomas Tranströmer

Madrigal

Heredé un bosque oscuro al que rara vez voy. Pero llegará un día en que los muertos y los vivos cambiarán su lugar. Entonces se pondrá en movimiento el bosque. No carecemos de esperanza. Los delitos más graves siguen sin resolverse, amén de los esfuerzos de muchos policías. De la misma manera, hay en algún lugar de nuestras vidas un amor no resuelto. Heredé un bosque oscuro, pero hoy ando por otro, luminoso. Todo lo que está vivo canta, repta, se sacude y se arrastra. Es primavera. El aire está muy fuerte. Me dieron el diploma de la universidad del olvido y estoy con las manos vacías igual que una camisa colgada en una soga.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Reinaldo Arenas

Autoepitafio

Mal poeta enamorado de la luna,
No tuvo más fortuna que el espanto;
Y fue suficiente pues como no era un santo
Sabía que la vida es riesgo o abstinencia,
Que toda gran ambición es gran demencia
Y que el más sórdido horror tiene su encanto.
Vivió para vivir que es ver la muerte
Como algo cotidiano a la que apostamos
Un cuerpo espléndido o toda nuestra suerte.
Supo que lo mejor es aquello que dejamos
—precisamente porque nos marchamos—.
Todo lo cotidiano resulta aborrecible,
Sólo hay un lugar para vivir, el imposible.
Conoció la prisión, el ostracismo,
El exilio, las múltiples ofensas
Típicas de la vileza humana;
Pero siempre lo escoltó cierto estoicismo
Que le ayudó a caminar por cuerdas tensas
O a disfrutar del esplendor de la mañana.
Y cuando ya se bamboleaba surgía una ventana
Por la cual se lanzaba al infinito.
No quiso ceremonia, discurso, duelo o grito,
Ni un túmulo de arena donde reposase el esqueleto
(ni después de muerto quiso vivir quieto).
Ordenó que sus cenizas fuesen lanzadas al mar
Donde habrán de fluir constantemente.
No ha perdido la costumbre de soñar:
Espera que en sus aguas se zambulla algún adolescente.