miércoles, 5 de mayo de 2010

Creció la hierba en los caminos.

Aurelio Arturo, es uno de mis amores literarios... Entenderlo es fácil para mí. Yo he visto los paisajes que describe, he sentido la nostalgía de la que habla, he oido a las gentes de sus poemas. Nací en el país del viento, donde el sol viene de visita a las aldeas, donde el verde es de todos los colores, donde el silencio es un maduro gajo de fragantes nostalgias...

Aurelio Arturo nació el 22 de febrero de 1906 en La Unión, Nariño, vivió allí su infancia, y parte de su adolescencia, luego se fue a estudiar derecho a Bogotá. Fue conocido por poemas publicados de manera esporádica en periodicos y revistas. Un amigo dice que Arturo es un poeta de génesis, de creaciones: palabra a palabra, verso a verso, el mundo aparece nuevo ante los ojos lectores. Es un poeta extraño, su obra más conocida y de hecho su único poemario es Morada al sur. El resto son poemas sueltos, que fueron publicados en revistas y periodicos. El que les traigo es uno de los últimos, me recuerda a amigos que están lejos, compañeros de viaje, y a algunos que quieren ser hierba.

Bordoneo

Creció la hierba en los caminos.
Y un vagabundo vio los tiernos
campos lamerle los zapatos.
Y vio que el cielo era un gran viento
azul, corriendo sobre las hierbas.

Uniendo aldeas con canciones
bien puede un hombre juntar estrellas
bajo los párpados de la noche.
Y oír, tendido en la hierba
que le es suave aliento, difusa
la melodía de las sendas.

Un vagabundo vio los días
danzar, y las mariposas.
¡Un vagabundo por las aldeas!
Aldea y paloma y flor dichosa
y una mujer en la sombra, trémula.

Y si durmió en el campo razo
lo acompañó el cielo nocturno
como el rostro dulce y borroso
de una mujer que se inclinara.
Dormir en un valle del mundo.

Una aldea linda se llama Rosa,
otra muy suave Virginia
en el canto de un vagabundo,
de un hombre que dice canciones
entre los hombres y los caballos
de un hombre que canta en las ferias
entre los gritos y los fustazos.

Y puede haber muchas cuidades
en la huella de un vagabundo,
en la huella de sus tacones.
Hay en los charcos luz de estrellas.

Los cielos libres fueron suyos
en la voz dulce, en la voz cauta,
como trémulos pajarillos
que bajan cantando a la rama.

Él ha cantado, él ha cantado.
Él ha sabido de cuáles
celestes guitarras la lluvia
va cayendo sobre los prados.

***

Creció la hierba en los caminos.
Y un vagabundo vio las albas
salir del vaho de los juncos.
Y oyó la espuma de sus ríos.
Todo rumor que lleva polen
de melodía. En el difuso
lenguaje lento de las lluvias,
-que empieza con un pausado fraseo-,
oyó la voz de las florestas,
de los lindos claros del bosque
donde se tiende el sol como un perro;
el respirar de las hierbas húmedas
que se levantan lentamente
bajo la carpa de la noche.

***

Bien puede un hombre decir canciones
llenas de sombra si tiene estrellas
para sus sueños y ambiciones.
Puede cantar si tiene estrellas
y palomas y aldeas y mujeres
que hablen la brisa de sus noches
que ahonden sus noches de seda.

Bien puede hacer que de su aliento
broten formas y voces y aromas,
y desnudas en sollozos
carnes ardientes en la sombra.

***

Cantó la brisa en los caminos.
Y un vagabundo vio los verdes
campos triscar tras de sus huellas.
Y vio que el cielo era un gran viento
azul, corriendo sobre las hierbas.

1 comentario:

  1. Tres lecturas (dos ahora que lo subiste al blog y una el día que me lo enviste)y en cada una de ellas una percepción diferente del poema... Definitivamente Aurelio Arturo esta dentro de mis afectos literarios.

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